LUIS Muñoz no se tiende apaciblemente a esperar el toque elusivo de la inspiración. Este pintor, de sólida formación, busca (y encuentra) incesantemente nuevas formas de expresión plástica, nuevas maneras de ver el bodegón, el paisaje, el ser humano. El tema es lo de menos. Luís Muñoz trata con igual arrojo instrumentos musicales, payasos, follaje o el paisaje urbano.
Muñoz, quien reside desde hace un par de años en Moscú, posee un espíritu permeable que le permite absorber del mundo en derredor todo aquello que enriquezca su visión pictórica. Bajo el influjo del agitado trajinar de la gran ciudad rusa, la obra de Muñoz se va llenando de expresiones que liberan esa visión y que le hacen representar la realidad como algo fluido y cambiante. Sus obras son un espacio en el que diversas fuerzas confluyen, se aman o se rechazan y luego continúan en el vertiginoso acontecer urbano.
Sin embargo, es en el color donde encontramos las raíces culturales desde donde proviene una visión tropical de esos paisajes urbanos. El color en Luís Muñoz está impregnado de sol, de ardorosos deseos, de rayos fulminantes de verdor o de cielo.
De modo que el acto mismo de pintar es para Muñoz el refugio donde se vuelca su inagotable energía creativa. El color es fresco, luminoso, la línea segura, poderosa. La pintura de Luís Muñoz nos acerca a esa otra visión del trópico, donde todo está en permanente transición, y nos lleva, definitivamente, a una reinvención de la isla que de alguna manera vive en estas pinturas creadas en Moscú.
Fernando Ureña Rib